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Andres Hurtado, en El árbol de la ciencia, de Pío Baroja, en la inventada pero manchega Alcolea del Campo, ciudad pequeña o pueblo grande.

Agoniza Hurtado, víctima del calor sofocante y la desquiciante impasividad con que sus habitantes aceptan el cerco represor que encarcela sus optimismos, sus sexualidades y sus mismas almas..

el cerco impuesto por esa moral poliédrica, oscura, negra

esa moral de aquellos años que cimenta su imperio en la eficaz amenaza de las cruces y las flechas, o las flechas y las cruces

que acompasa su avance al del yugo

un yugo que evoluciona tanto que ya actúa como autoimpuesto

tanto que a los esclavos ya se les puede encomendar el cuidado de las llaves de sus propios grilletes

tanto que se enorgullecen del brillo que emana de las cadenas que los engarzan, lustradas por ellos mismos.

Andrés Hurtado concluye que de todos sus anhelos cercados el que le está haciendo enfermar es el sexual, es el que hace arder su ira y explotar sus nervios

Busca solución conjurando su experiencia como médico y decide hacer de la ataraxia su bandera

Para acercarse al cielo ascético y sobrevivir al mundo que le estrangula, se receta

"limitar la alimentación, tomar solo vegetales y no probar la carne, ni el vino, ni el

cafe. Varias horas después de comer y de cenar bebía grandes cantidades de agua.

...al cabo de un mes de nuevo régimen, Hurtado estaba mejor....ya no experimentaba cólera...se levantaba muy temprano , con la aurora y paseaba por aquellos campos llanos ..."

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